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    bakovic

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    bakovic

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    ⚠️ Sutil asfixia erótica, sexo. No explícito.

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    #HowEd

    HowEd IBajaron anclas alrededor del mediodía.

    Pronto, botes cargados de piratas deseosos por jarras de ron y placeres pasajeros descendieron a las calmadas aguas, despidiéndose entre carcajadas y desafinaciones de su capitán, aquel que les seguía con su catalejo hasta que no eran más que insignificantes puntos que se confundían con las costas de Nowhere. A su lado, un tritón sonreía con malicioso orgullo.

    —Me pregunto— habló, llevando esos delgados dedos pálidos hacia la comisura de azules labios —cuántos de esos bastardos se atreverán a regresar a la mañana siguiente.

    Edward Redcoat encogió el catalejo, frunciendo el ceño.

    — ¿Mañana Les di dos noches de libertad.

    —Treinta años de servicio, dos noches de libertad— se carcajeó, negando con la cabeza —.Querido amigo mío, temo admitirlo pero, apestas cuidando a las personas que tienes bajo tu mando.

    El capitán chasqueó la lengua, posando su mirada en el horizonte. No recordaba presenciar un cielo tan despejado en años: celeste, carente tanto de nubes como la distante presencia de la luna, mezclándose con aguas cristalinas que danzaban al son del perezoso graznido de gaviotas. El navío apenas se inmutaba, imponente. Redcoat, pese a ello, optó por rechazar aquella tranquila, refugiándose en sus aposentos. Howell Francis pronto le siguió.

    — ¿No vas a preguntarme a qué vine

    — ¿Por qué lo haría Últimamente, solo pasas a saludar y te vas, ¿por qué debería suponer que es distinto esta vez

    — ¡Porque lo es

    Redcoat puso su único ojo en blanco, yendo hacia su escritorio. Ahí, abrió su bitácora y anotó los prospectos del viaje. Francis, impaciente, se sentó en el escritorio y posó su mano sobre ésta, poco importándole mancharse la mano de tinta.

    —Te estoy hablando.

    —Te estoy ignorando.

    Redcoat se arrepintió de sus palabras al instante: cuando, desafiante, había posado su mirada en aquellas muertas esmeraldas solo para encontrarse con lo que tanto temía. Aguas turbulentas. Olas que pronto se materializaron, golpeando el costado del barco. En momento como ese cuestionaba su sanidad mental al momento de escoger como amante a un hijo del mar. ¿Era los piratas cuerdos, no obstante Si lo fueran, ¿podrían ser tan viles como el mar

    Tostados dedos se deslizaron por una piel tan fría como pálida, sacando del trance al tritón.

    —También te extrañé— murmuró, descansando su frente sobre ajena, dejándose ahogar por esas tempestuosas esmeraldas —.Demasiado. Pero— suspiró, rodeándole el cuello con sus manos, ahorcándole. Howell gimió —.Dilo: convénceme que esos rumores son mentira.

    — ¿O qué... — Redcoat apretó el agarre, Howell se ruborizó. Aunque, ¿era pertinente llamar rubor a esa tonalidad azulina apoderándose de sus pómulos —.Eddie... — rió el no-muerto, guiando una mano a jugar con los botones de la camisa ajena —, ¿qué te hace pensar que esto puede siquiera despertar una pizca de temor en mi putrefacto ser Tú, mejor que nadie— susurró, permitiéndose breves roces en descenso por ese torso fornido —, deberías conocer la lista de cosas que me gustan.

    —Solo hazlo.

    Francis rió, callándose a ser abrasado por la desesperación. Inusual desesperación, cuando del capitán Edward Redcoat trataba, mas no tan inesperada para la persona que se hallaba frente a él: Howell Francis detestaba esa expresión. ¡Significaba que falló, nuevamente Y —cediendo al impulso de honestidad que tenía una vez al año— estaba cansado de cometer errores con la única criatura en ese oscuro mundo amaba.

    Tragó con pesadez, viéndole. Entonces, acunó su rostro con una dulzura que a nadie más dedicaría.

    —Sé más específico, han creado muchos rumores.

    —El barco.

    —Ese es cierto, y me gustaría que me ayudes con un nuevo nombre. El Lechuza no llega a convencerme.

    —La expedición.

    —También cierta— contestó, arrastrando los pulgares por los resecos labios de su amado para luego bajar, lentamente. Ahí, donde se reencontró con los últimos rastros de una mordida hecha hace unas semanas atrás, se detuvo —.Fue una orden divina, lamentablemente. No pude negarme aunque así lo deseara. Por eso...

    —Por eso no has podido venir a verme— terminó el capitán —, entiendo.

    Howell se alzó, dejando un beso en su nariz.

    —Eres un hombre inteligente, por eso me gustas tanto.

    El tritón tentó con cerrar distancias, anhelando besarle. Deteniéndose, no obstante, cuando el humano maldito apretó sus muñecas. Al parecer, aún no conseguía perdón real.

    —Sigue.

    —Las amantes.

    — ¿Disculpa...

    —Las amantes— repitió.

    La tormenta amenazó con regresar mas, despojándose del agarre, decantó por una opción que le atraía aún más. Envolvió su cintura, apegándole a sí en un tirón que por poco le desestabiliza y sonrió, manteniéndole la mirada en lo que sus manos se colaban bajo esa camisa holgada.

    —Amantes— remarcó, enterrando sus uñas en esa espalda ancha —.Edward. Mi pequeño, adorable y hermoso Edward— chasqueó la lengua —. ¿Qué te he dicho sobre creer tontería Acaso, mi adorado rey, ¿olvidaste a quién le pertenezco

    Redcoat odiaba verse al igual que un crío necesitado de atención: el melodrama se lo dejaba a los amantes y a los bastardos que manipulaban sus entornos con historias tan trágicas como poco creíbles. Aún así, no podía evitar sentirse lastimado ante la posibilidad.

    — ¿Sigues siendo mío

    Francis sonrió.

    —Lo fui antes que mi corazón dejase de palpitar— susurró, delineando la línea de su mandíbula con los labios —.Seguí siéndolo al inicio de esa borda existencia como enemigo de la muerte y lo seré hasta el día que el diablo mismo reclame mi cuerpo.

    —Yo soy el diablo.

    —Mejor aún.

    Y, sin más dilataciones, probó la sal de esa boca por la que prometía siempre regresar.



    Howell Francis se dejó caer a un lado de la hamaca, jadeante. Junto a él, Edward Redcoat seguía con la mirada en el techo, tomándose su tiempo en acompasar su pesado respirar. Sonreía, desentendiéndose del hormigueo apoderándose desde su cintura hasta la punta de los pies; pronto, cambiando la mueca victoriosa por una de tímido desconcierto cuando el nigromante cubrió su cuerpo con sábanas.

    —Luces más relajado.

    La ronca voz del tritón se deslizó por sus oídos al igual que un bálsamo que desconocía necesitar. Inconsciente, se acurrucó contra él.

    —Ya no tengo dudas, sólo ganas de esposarte por irte tanto tiempo.

    Al son de una susurrante carcajada, el tritón delineó su hombro, usando la punta de la nariz.

    —Puedes tenerme encadenado durante estos días que estaremos solos. Porque— dejó un sonoro beso en su pómulo antes de acomodarse, observándole con cierto brillo territorial en la mirada —, sinceramente, dudo que quieras que uno de tus hombres entienda la razón tras la generosidad de su capitán.

    Redcoat enarcó una ceja.

    — ¿Por qué hablas como si ellos nunca nos hubiesen escuchado

    Francis abrió la boca, cerrándola de inmediato.

    — ¿Un intento de conservar tu dignidad...

    Puso los ojos en blanco, dejando un beso en labios del no muerto.

    — ¿Sabes No me molesta ser la zorra del gran Howell Francis.

    Howell pestañeó, confundido.

    — ¡Alto ahí, creí que yo era la zorra

    —Tú eres la prostituta.

    — ¿Y no puedo ser ambos Digo: zorra y prostituta, ambos apodos me agradan.

    El capitán volvió a poner los ojos en blanco. Una vez más, cuestionaba las razones por las que dio riendas sueltas a esa pasión desquiciada. Se podían ver como polos opuestos, a primeras: Howell Francis podía usar nombres despectivos para su persona, burlándose de aquellos que osaron intentar lastimar su ego, mientras Edward Redcoat no dudaría en degollar a quien siquiera insinuara que era un idiota, frente a él. Redcoat era temido, Francis era respetado. Edward estaba localmente enamorado, Howell...

    —No me explicaste por qué esta vez era diferente.

    ¿Howell le quería, siquiera

    Buscó esas esmeraldas turbulentas, desconcertándose al verle con el entrecejo fruncido.

    — ¿No recuerdas qué fecha es, cierto — Su cara respondió antes que él —. ¡Tú, cerebro de ameba Grandísimo pasivo-agresivo, estúpido hasta la médula. De verdad, ¿no recuerdas que fecha es

    — ¡Eh Tengo más de quinientos años, mi memoria no es lo de antes. Respétame, maldito mocoso.

    — ¡Y una mierda Cumplimos 120 años saliendo ¡¿y lo olvidas

    Su corazón dio un brinco. ¿Debía echarse a llorar, ahora Disculpándose y mimándole por preocuparse de una fecha tan especial para un par de inmortales con poco afecto por el tiempo. ¡Ah Si tan solo fuese bueno fingiendo ternura.

    —Howell— llamó, entonces.

    — ¿Qué

    —Nuestro aniversario es la semana que viene.
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